Música
A
todo esto, la actividad orquestal comenzaba a cobrar importancia
y regularidad en su funcionamiento, por el deseo de los músicos
de jerarquizar y dar carácter
profesional a sus actividades, al tiempo que las constituían
en un medio respetable de vida. En 1922 se funda la Unión
Filarmónica de Caracas bajo la dirección de Vicente Martucci,
sociedad que perdurará
hasta 1929. Muchos de sus integrantes serán
los que, el 24 de junio de 1930, intervendrán
en el teatro Nacional en el concierto inaugural de la
nueva y definitiva agrupación orquestal denominada Sociedad
Orquesta Sinfónica Venezuela. Entre ellos, Vicente Martucci,
quien dirigió la primera parte del concierto inaugural y
compartió durante ese año la dirección con Vicente Emilio
Sojo. Resulta una feliz y sintomática
coincidencia el hecho de que, simultáneamente con
el entusiasmo por estudiar y cultivar nuevas fórmulas de
composición se llevara a cabo la creación de un coro y de una
orquesta. Ello sirvió para plasmar en una realidad todos los
sueños de creación musical de aquellos jóvenes músicos.
Comenzó a sistematizarse y jerarquizarse la docencia musical.
En la Escuela de Música y Declamación, Juan Bautista Plaza se
hizo cargo de las cátedras
de Armonía y Composición desde 1924 hasta 1928. Por su
iniciativa, el Ministerio de Educación creó la cátedra
de Historia de la Música en 1931.
En
1936 Sojo es nombrado director de la Escuela, crea nuevas cátedras
y toma a su cargo la de Composición, de la que surgirá
la primera generación de compositores en 1944. La
existencia y desarrollo de estas 2 instituciones fundamentales
para el perfeccionamiento y difusión de la música: el Orfeón
Lamas y la Orquesta Sinfónica Venezuela, se deben al esfuerzo y
constancia de Sojo por llevarlas a buen término. Sin su labor
tesonera por elevar el nivel musical del país, nada se hubiera
logrado. Bajo su enseñanza se formaron 3 generaciones de
compositores y bien puede decirse que, desde su cátedra
de Composición, contribuyó sobremanera a crear la
escuela moderna de música venezolana. El otro aspecto
destacable y relevante de su obra es la recopilación,
armonización y arreglo de gran cantidad de canciones,
aguinaldos y danzas populares al estilo de la tradición de los
cantores y «guitarreros» populares. Sus numerosas obras de carácter
religioso siguen los lineamientos técnicos de los
grandes polifonistas renacentistas, dentro de un estricto
sentido formal y tonal que las entronca, a su vez, con la
tradición de nuestros compositores coloniales. En toda su
producción flota un sentimiento nacionalista que se encargará
de inculcar a sus discípulos. De todos los compositores
pertenecientes a este siglo, el más
prolífico fue Juan Bautista Plaza. Su música, de
tendencia nacionalista, acusa un estilo muy personal
profundamente consustanciado con nuestra tradición musical como
lo demuestran su Misa de réquiem y los poemas sinfónicos El
picacho abrupto, Las horas, Fuga criolla y Fuga romántica.
Su catálogo
sobrepasa las 300 obras. Se destacó, además,
como maestro de capilla de la catedral de Caracas,
conferencista, docente e investigador. En este sentido, su
trabajo de catalogación, estudio, reconstrucción y publicación
de la música del período colonial, que abarcó los años 1936
a 1944, permitió salvar y difundir uno de los archivos
musicales más
valiosos del continente. Otro destacado integrante del
grupo fundador del movimiento modernista fue José Antonio Calcaño.
Su labor incesante en pro de la música venezolana y por la
difusión de la música en general, la llevó a cabo como crítico
musical, conferencista de radio, televisión
e instituciones culturales, como docente, instrumentista,
director de orquesta, de coros, musicólogo y compositor. Al
igual que sus compañeros de grupo, sobre las distintas
influencias de carácter
técnico predomina en su producción el espíritu
nacionalista. Realizó una inmensa labor en forma ininterrumpida
durante más
de 40 años en favor de la difusión de la música
europea y nacional, a través de la docencia y al frente de la
coral Creole que él fundara. Su labor más
trascendente ha sido la investigación musicológica,
concretada en una publicación que resume todos sus trabajos
anteriores: La ciudad y su música (1958), estudio sobre la
evolución de la música venezolana desde la Colonia hasta 1919.
Su producción musical, enmarcada al comienzo por el
impresionismo, pronto incursiona por nuevos derroteros de la
composición moderna (supresión de desarrollos, atonalismo,
politonalidad, destaque especial de los timbres instrumentales),
en obras como su Suite extraída del ballet Miranda en Rusia,
inspirado en la vida del héroe caraqueño, e integrada por:
Obertura, Nocturno, Escena y Danza Finales; su Elegía coral a
la memoria de Andrés Eloy Blanco; In Memoriam, en homenaje a
los héroes de la batalla de Carabobo y De Profundis, obra sinfónico-coral
en homenaje a Simón Bolívar, constituyen claros ejemplos de su
sentido nacionalista trascendente, de proyección universal.
Moisés Moleiro se integró al poco tiempo de organizado el
grupo de aquellos 3 pioneros de la música moderna venezolana.
Aunque compuso preferentemente para su instrumento, el piano,
también abordó la composición para orquesta, canto y piano y
coro mixto a capella. Sus obras, de claro sentido nacionalista,
con estilización de giros melódicos y ritmos folklóricos,
siempre aparecen encuadradas dentro de formas clásicas
o barrocas: Sonata al estilo clásico,
para piano y posteriormente instrumentada para orquesta
de cuerdas, Pequeña suite, 5 sonatinas, Suite infantil,
Estampas del llano. Otro destacado pianista y compositor que se
integró al grupo anterior es Juan Vicente Lecuna. Su producción
comprende diversos géneros, pero sus creaciones mejor logradas
son las que pensó para su instrumento preferido, el piano. Su música,
de un nacionalismo trascendente, fue siempre ajena al documento
folklórico y de una concepción armónica avanzada, con
respecto a la practicada por sus compatriotas. Son un ejemplo de
ello sus Sonatas de Alta Gracia, sus Quatre pièces pour piano,
su Movimiento para orquesta, la Danza para orquesta, el Cuarteto
de cuerdas y la Sonata para arpa.
Mientras
este grupo de compositores y otros más,
realizaban sus labores creadoras, Sojo, desde su cátedra
de Composición en la Escuela de Música preparaba la
primera promoción de compositores que egresaría en 1944. Su
labor docente en este sentido se extenderá
hasta la generación egresada en 1964. Este numeroso
grupo de jóvenes compositores comienza a crear dentro de la
corriente nacionalista y de tendencias técnicas y expresivas
propias del impresionismo. Muchos de ellos, a medida que van
afianzando sus propios valores, empiezan a ensayar nuevos
recursos técnicos. En el transcurso de esos 20 años se
formaron y entraron a la vida de creación artística numerosos
compositores venezolanos. Entre las obras más
divulgadas de estos compositores seleccionamos las de:
Antonio Estévez: Suite llanera (1942), Concierto para orquesta
(1950), Cantata criolla: Florentino el que cantó con el diablo
(1954). Inocente Carreño: Margariteña (1954), Suite sinfónica
núm. 1 (1955). Ángel Sauce: Jehová
reina, cantata (1948), Cecilia Mujica, ballet sinfónico-coral
(1957), Romance del rey Miguel, ballet, (orquesta e instrumentos
autóctonos, 1961). Blanca Estrella (primera mujer que obtuvo en
Venezuela el título de compositora en 1948), Fantasía de
Navidad (1948), Tres estampas sinfónicas, María Lionza, poema
sinfónico (1958). José Clemente Laya: Suite venezolana (1956),
Rapsodia (1957), ambas para orquesta. Evencio Castellanos:
Concierto para piano y orquesta (1944), El río de las siete
estrellas, poema sinfónico (1946), Santa Cruz de Pacairigua,
poema sinfónico, Suite avileña (1947), El Tirano Aguirre,
oratorio profano (1962). Antonio Lauro: Cantaclaro, cantata
profana sobre la novela homónima de Rómulo Gallegos (1948),
Giros negroides, suite sinfónica (1955), Concierto para
guitarra y orquesta (1956). Nelly Mele Lara: Fantasía para
piano y orquesta (1961), Misa criolla (1966). Andrés Sandoval:
Sinfonía para piano y orquesta (1950), Rapsodia para piano y
orquesta (1956), Caracas, concierto para clarinete y orquesta.
Modesta Bor: Obertura para orquesta (1963), Sonata para violín
y piano (1963). Gonzalo Castellanos: Suite sinfónica caraqueña
(1947), Antelación e imitación fugaz (1954), Fantasía para
piano y orquesta (1957). Raimundo Pereira: Movimiento sinfónico,
Cántico.
José Luis Muñoz: Sonata clásica
(1954), Preludio sinfónico (1958). Alba Quintanilla:
Ciclo de canciones para soprano y piano (1966), Tres canciones
para mezzo-soprano y orquesta (1967). José Antonio Abreu:
Concerto grosso para piano y cuerdas, Sinfonietta neoclásica,
dos Sinfonías. Federico Ruiz: Sonata para acordeón
(1971), El santiguao, preludio y fuga vocal sobre un tema
negroide (1976), Dispersión (1976); Evocación (1976), poema
sinfónico-coral, Cuarteto de cuerdas (1976), Página
íntima (1979), piano, violín y violonchelo, Concierto
para piano y orquesta (1979), Viaje (1981, recitante, quinteto
de voces mixtas o coro, órgano y orquesta), Octeto (1983).
Del
esfuerzo perseverante de aquellos 3 fundadores: Calcaño, Sojo y
Plaza, resultó un movimiento artístico de gran envergadura.
Ese despertar de las conciencias hacia las nuevas orientaciones
artísticas se acelera en la década de 1960. Corresponde
principalmente a Rházes
Hernández
López, compositor, flautista, docente, musicólogo y crítico
musical, romper con los moldes tradicionales e intentar nuevos
caminos a través del atonalismo y del dodecafonismo. Su prédica
incesante alentando a los jóvenes compositores e
instrumentistas para asimilar y practicar las modalidades
expresivas de la nueva música, es finalmente comprendida y
aceptada. Junto con Alejandro Planchart y José Luis Muñoz,
procura implantar el dodecafonismo. La producción musical de
Hernández
López comprende más
de 50 títulos para orquesta, música de cámara,
piano, canto y piano, flauta y piano, violín y piano y
obras corales. De ellas seleccionamos: Casualismo, para maderas,
cuerdas y percusión (1960), Casualismo, para piano obligado y
pequeña orquesta (1967), Tres dimensiones, para orquesta de
cuerdas (1967), Tres estructuras para piano (1970), Los patios
del sol (1978), ciclo de 7 canciones atonales para soprano y
piano, Casualismo para flauta (1990). Mientras tanto, otro grupo
de compositores de diversas tendencias estéticas, formados
fuera de la cátedra
de Sojo impulsan la renovación y aportan variedad de
tendencias a la creación musical. Entre ellos Luis Calcaño Díaz,
María Luisa Escobar, Eduardo Plaza, Carlos Teppa, Alexis Rago,
Alfredo del Mónaco, Luis Morales Bance y Eric Colón, entre
otros.
La
prédica de Rházes
Hernández
López por lograr una renovación del pensamiento y la técnica
musical venezolana se ve respaldada por una serie de
acontecimientos favorables; entre los más
importantes, los festivales de música latinoamericana
que, organizados por Inocente Palacios se iniciaron en 1954,
continuaron en 1957 y culminaron en 1966, permitiendo el
intercambio de ideas y el conocimiento y comparación con lo que
se hacía en otros países de América Latina. También
contribuyó el entusiasmo y apoyo brindado por instrumentistas,
cantantes y la propia Orquesta Sinfónica Venezuela bajo la
dirección de su titular Pedro Antonio Ríos Reyna, siempre
dispuestos a estrenar obras nuevas. En 1965 la creación del
Instituto de Fonología Musical dio la oportunidad de
experimentar con el sonido a mentes inquietas, como la de
Alfredo del Mónaco, quien compuso allí Cromofonías I
(1966-1967) y Estudio electrónico I (1966-1968), primeros
ensayos electroacústicos realizados en el país. Este pianista,
compositor, abogado, doctor en música de la Universidad de
Columbia (Estados Unidos), ha experimentado con fórmulas que
van desde el uso de instrumentos y conjuntos de cámara
y orquestales en su forma tradicional, hasta la música
electroacústica, pasando por el tratamiento de la voz humana.
Luis Morales Bance prefiere las formas clásicas
y los giros rítmicos y expresivos tradicionales, aunque
expresados en un lenguaje actual, entre sus composiciones están:
Berruecos (1981) y Páez
(1990). Eric Colón, guitarrista, compositor y docente,
ha escrito para diversos géneros: Motete, para coro mixto
(1971), Cuarteto de cuerdas (1973), Visión precolombina, poema
sinfónico (1975), Estudios para guitarra (1975), El caballo de
Ledesma, ópera (1979). Esta última constituye uno de los
esfuerzos más
valiosos hechos dentro del género en la historia musical
venezolana, con texto en español y asunto nacional. Venezuela
cuenta hoy con un grupo numeroso de jóvenes compositores muchos
de los cuales tienen ya una apreciable cantidad de obras
compuestas, algunas de ellas editadas y grabadas; Sergio Tulio
Marín: Poema para orquesta (1977), Teatro musical (1978), Paix
dans les brisements (1980); Emilio Mendoza: Alborada, Estudio tímbrico,
Lectura, La órbita humana, Secretos; Alfredo Rugeles: Suite
para piano (1972), Mutaciones (1974), Polución (1976), Puntos y
líneas, Somos nueve (1979), El ocaso de un héroe (1983); Juan
Carlos Núñez: Toccata sinfónica (1972), Homenaje a Carlos Chávez
(1975), Más
música del hombre en otra historia, Alejo Carpentier,
1930 (1983), Réquiem a la memoria de don Simón Bolívar
(1983); Ricardo Teruel: Nuestra cultura vegeta (1975), Flash 5
(1978), Reencuentro número 1, Respira a tu ritmo natural;
Francisco Rodrigo: Elegía (1973), Siete impresiones caraqueñas
para piano (1977), La epopeya de la espiga (1979), Itinerario místico
de Santa Teresa de Jesús (1983), Concierto para mandolina y
orquesta (1984), Tropikalia (1988), Concierto para arpa y
orquesta (1990), Tríptico agustiniano (1992); María Guinand:
Miniaturas (1975), Y se quedaron los pájaros
cantando (1980); Álvaro Cordero: Réquiem (1979), Hijos
del futuro, Circo nocturno para oboe y orquesta (1980); Alfredo
Marcano: Cidencias (1983); Mauro Cremisini: Concierto para
percusión y orquesta (1983); Beatriz Bilbao: Sea of madness
(1983); Eduardo Kusnir: Gags-Kags, abajo el terror (1984), Cómo
es Lily (1985), Orquídeas primaverales, Brindis, La historia de
Blancanieves, Miranda en Francia, Simple; Adina Izarra: Hasta
que el tiempo (1981), Oshunmare (1982, Plumismo (1986), Pitangus
sulphuratus (1987), Reverón (1989), A través de algunas
transparencias (1990), Dos movimientos para quinteto (1990);
Juan de Dios López: Suite modal (1988), Triludio (1989), Isómeros
(1990), Punta Araya (1991); Arcángel
Castillo: Elegía para cuerdas (1989), Aforismos para
orquesta sinfónica (1990); Alfonso Tenreiro-Vidal: Guri (1989),
Memorias del centauro (1990), Imágenes
de luz (1991); Juan Andrés Sanz: Ofrenda (1981),
Margarita (1984), Serpentina, Coral y Celedonia (1987),
Miniaturas del tarot (1988); Juan Francisco Sanz: Impromptu
(1987), Lasciatemi morire (1988), Canto a los hijos infinitos
(1989), De la liberación de las formas (1990); Miguel Astor: Cántico
espiritual (1986), Cantiga (1987), Pasacaglia y fuga
(1989), Suite popular (1988); Víctor Varela: Binomial I (1984),
Cuarteto (1987), El cántico
de Kronos (1987), Intersección 5 (1990); Mercedes Otero:
Siamodue (1983), Gravitación (1985), Umbrales de lo imaginario
(1993), In memoriam Alexander (1993). Entre los compositores
extranjeros radicados en Venezuela que siguieron las tendencias
estéticas contemporáneas
mencionamos: Eduardo Kusnir, Luis Zubillaga, Antonio
Mastrogiovanni, Beatriz Lockhart, José Peñín, Mabel
Mambretti. De la generación más
joven de compositores venezolanos que están
ofreciendo sus primeras creaciones, citaremos: Diego
Rafael Silva, Roberto Cedeño, Julio d'Escriván,
Miguel Noya, Jorge Castillo, Pedro Simón Rincón,
Gustavo Matamoros, Alonso Toro, León Zapata, Francisco Zapata,
Rodrigo Segnini, Simón Álvarez, Erin Vargas, Ricardo Lorenz,
Roberto Chacón, Fidel Rodríguez, César Iván
Lara, Miguel Ángel Mieres, Jacky Schreiber, Josefina
Benedetti, Juan Cristóbal Palacios, Jesús Calderón, Renata
Cedeño, Juan Mateo Rojas, Numa Tortolero, Efraín Amaya, Pedro
Mauricio González,
Andrés Barrios, Omar Acosta, Icli Zitella, Bárbara
Pérez, Luis Felipe Barnola, César Alejandro Carrillo,
Paul Desenne.
Respecto
a instituciones musicales y orquestas sinfónicas el incremento
es excepcional. A la tradicional Orquesta Sinfónica Venezuela
fundada en 1930 se agregan: la Orquesta Sinfónica Maracaibo
(1958); la Orquesta Nacional Juvenil Juan José Landaeta creada
en 1975 por su actual director José Antonio Abreu; la Orquesta
Nacional Infantil y la Orquesta Sinfónica Nacional de la
Juventud Venezolana Simón Bolívar, ambas fundadas en 1978; la
Orquesta Filarmónica creada y dirigida por Aldemaro Romero en
1979 y la Orquesta Filarmónica de Mérida fundada en 1981 bajo
la dirección de Hugo López; la Orquesta Municipal dirigida por
Carlos Riazuelo creada en Caracas en 1980. Desde la primera
mitad del siglo XX existía especial interés por estudiar y
divulgar la música de cámara
europea y para tales fines se organizaron diferentes
conjuntos: Quinteto Ávila (1926), Cuarteto Ríos (1931),
Cuarteto Caracas (1932), Cuarteto Santa Cecilia (1947), Cuarteto
Galzio (1947) de relevante actuación en el país y en el
extranjero. En 1958 en la Universidad Central de Venezuela se
funda la Orquesta de Cámara
y la Agrupación Instrumental de Cámara.
Posteriormente se fundan la Agrupación Música Antigua
(1960), la Orquesta de Cámara
de la Universidad del Zulia (1963), el Trío Inciba
(1965), el Trío Méscoli-Sternic-Casale (1965), Dúo de Pianos
Gerty Haas-Olga Mondolfi (1965), Quinteto Glamar (1965),
Orquesta de Cámara
Metropolitana de Caracas (1970), Grupo Barroco de Cámara
(1970), Orquesta Juvenil de Cámara
de Trujillo (1972), Trío y Orquesta de Cámara
de la Universidad de Los Andes (1973), Camerata de
Caracas (1978), Grupo Instrumental de Cámara
Multifonía (1981). Además
se constituyeron: el Cuarteto Caracas, el Cuarteto
Giovanni, el Cuarteto Pro-Arte de Caracas, el Trío de Cañas
Pro-Arte, el Trío Gay, el Quinteto de Vientos Venezuela y la
agrupación instrumental Solistas de Venezuela. Desde 1980 data
la creación del Grupo Nueva Música dedicado a la ejecución y
divulgación de la música contemporánea.
Pocos años después se crearon la Orquesta de
Instrumentos Latinoamericanos dirigida por Emilio Mendoza y el
Conjunto de Música Antigua Andrea Gabrieli de la Orquesta
Nacional Juvenil dirigido por Alessandro Zara.
En
la interpretación coral, José A. Calcaño funda en 1940 la
Coral Polifónica de Venezuela. Antonio Estévez
crea el Orfeón Universitario (1943), institución que ha
servido de guía y estímulo para la creación de otras
similares en el país. El Orfeón Universitario ha sido dirigido
además,
por Evencio Castellanos quien es el autor del himno del
Orfeón, junto con Luis Pastori y L. Alfaro Calatrava, autores
de la letra. Entre 1954 y 1976 lo dirige Vinicio Adames. En 1952
José Antonio Calcaño funda y dirige la Coral Creole, y al año
siguiente crea un conjunto polifónico de 8 voces: Los
Madrigalistas. Posteriormente surgen: el Quinteto Contrapunto
(1963), la Schola Cantorum de Caracas dirigida por Alberto Grau
(1967), la Cantoría de Alberto Grau bajo la dirección de María
Guinand, la Coral Filarmónica de Caracas bajo la conducción de
Servio Tulio Marín, la Cantoría de Mérida fundada y dirigida
en sus comienzos por Rubén Rivas, la Coral Filarmónica
Carabobo conducida por Federico Núñez Corona, el Movimiento
Coral Cantemos fundado en 1973 por Alberto Grau, la Fundación
Niños Cantores del Zulia fundada y dirigida por el padre
Gustavo Ocando Yamarte. Estas y otras agrupaciones corales
intervinieron en 1983 en el VII Festival Coral Nacional en
Caracas y en el Primer Festival Vinicio Adames (Encuentro
Nacional de Coros en Barquisimeto, estado Lara). Desde 1952, año
en que Eduardo Feo Calcaño y Primo Casale organizaron la
Escuela Nacional de Ópera, los cantantes egresados de la misma
han intervenido en la puesta en escena de numerosas óperas del
repertorio universal bajo la batuta del segundo de los
nombrados. Por otra parte, la Ópera Metropolitana conjuntamente
con FUNDARTE organizaban anualmente una temporada de ópera. A
partir de 1975 aparece una nueva institución destinada a
promover los espectáculos
operísticos: la Fundación Teresa Carreño.
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