Tradiciones
y Costumbres
Demografía
No es tarea fácil identificar la demografía del
pasado venezolano. Los pocos datos que existen sobre
la población de la Venezuela alejada del siglo
actual, no permiten, ciertamente, hacer estudios
precisos sobre las características de su evolución.
Las fuentes son, por lo general, tan escasas como
inseguras. Grandes lagunas se presentan de un período
a otro, las cuales desalientan cualquier intento de
establecer estimaciones sistemáticas y rigurosas. Y
no puede ser de otra manera, ya que el más amplio
proceso demográfico del país transcurre en una etapa
preestadística (desde los tiempos prehispánicos
hasta 1770 aproximadamente), cuyo rasgo esencial
consiste en la ausencia casi total de documentos de
intención demográfica definida. Todavía desde la década
de 1770 hasta 1873, se permanece en una etapa
protoestadística que se distingue por el aporte ya de
datos susceptibles de reflejar aspectos específicos
de la población, aunque sin salir de un marco general
de inseguridad. Después de 1873, se entra en una
etapa estadística, la cual se prolonga hasta hoy. En
ese año, en efecto, se crea en Venezuela el Registro
Civil y se realiza el primer censo de población.
Desde entonces la recolección de datos demográficos
se hace con cierto rigor y en el contexto de una búsqueda
de sistematización permanente. No obstante, como
siguen interfiriendo inexactitudes y omisiones, todavía
hoy no se ha salido definitivamente del campo de las
conjeturas en la interpretación de ciertos aspectos
de la población venezolana. A pesar de los obstáculos
mencionados, la identificación del pasado demográfico
de Venezuela resulta posible si se recurre a técnicas
y métodos que ya emplean corrientemente los
especialistas. En estas circunstancias, se puede
abordar con reservas, pero también con cierto margen
de confianza, la interpretación del desarrollo histórico
de la población del país, tanto en la fase indígena
como en la alógena.
El proceso que transcurre en la fase indígena abarca
la mayor parte de la existencia demográfica de lo que
es hoy Venezuela y de él van a surgir rasgos
decisivos de la personalidad física y social de sus
habitantes. Se inicia esta fase alrededor de 12.000 años
a. C. con la aparición de los primeros pobladores del
país, y se prolonga hasta el año 1498, cuando se
incorporan los españoles. La población, denominada
comúnmente aborigen o indígena, que se va a
estructurar en este largo espacio de tiempo, no acusa
desde el punto de vista demográfico comportamientos
muy complejos, ya sea en relación con su dinámica o
referente a su morfología. Los milenios en que ella
permaneció sujeta al modo de depredación debieron
constituir un período de crecimiento demográfico
casi nulo, tal como se desprende de las comparaciones
con otras sociedades consideradas en una perspectiva
diacrónica. Es bien conocido que en los pueblos
recolectores y cazadores, la necesidad de
desplazamiento continuo y el destete tardío conducen
al escalonamiento involuntario o natural de los
nacimientos. Otros hechos han actuado también en
todos los grupos depredadores que han contribuido a
restringir su natalidad, tales como el excesivo
trabajo de las mujeres y la elevada mortalidad. La
primera situación es responsable de muchos abortos y
en general, de la ruina fisiológica de la mujer. El
segundo aspecto, además de reducir la proporción de
los que podrían participar en la reproducción
humana, acortaba enormemente el ciclo fecundo de
hombres y mujeres. Este conjunto de circunstancias
hace presumir que la población aborigen venezolana,
sujeta a las condiciones tecnoeconómicas de la
depredación, tuvo niveles de fecundidad no muy
elevados, aunque tampoco debieron ser muy bajos. En
numerosos pueblos que han vivido en ese modo de
subsistencia, se ha comprobado, efectivamente, que el
número de hijos por mujer ha oscilado casi siempre
entre 3 y 4, lo que obliga a pensar en tasas de
natalidad del orden de 30 a algo más de 40 por 1.000
h. La pauta de fecundidad de los paleoindios de
Venezuela hubo de coincidir entonces con la del
espaciamiento involuntario de los nacimientos. Las
características de la mortalidad de esos pobladores
no se diferencian en nada de las que acusaron las
paleopoblaciones que han sido estudiadas
detalladamente. En realidad, la amenaza triple de
hambre, enfermedades y muerte violenta determinó que
la vida del hombre paleolítico fuese muy precaria.
Del examen, por ejemplo, de esqueletos de pobladores
prehistóricos de Argelia se concluyó que la duración
media de su vida era del orden de 21 a 22 años, lo
que, para una población estacionaria, supone una tasa
de mortalidad de 46 a 47 por 1.000. Es evidente que el
sometimiento relativamente rígido de los paleoindios
venezolanos a las duras condiciones paleogeográficas,
se tradujo también en una frágil resistencia ante la
muerte. La pauta de mortalidad que fatalmente los rigió
no pudo ser otra que la de la reducción rápida de
las generaciones. Los niveles de natalidad y
mortalidad señalados no permitieron durante milenios
un crecimiento ni siquiera moderadamente rápido a las
poblaciones que ocuparon el territorio actual del país.
Si lograron aumentar ligeramente se debió a la gran
capacidad de reacción que la especie humana exhibe en
cualquier umbral de su desarrollo, la cual hizo
posible que en una continua confrontación de
incrementos y disminuciones, se obtuvieran en períodos
muy largos pequeños excedentes demográficos, capaces
de reforzar comportamientos para actividades más
complejas. Los paleopobladores venezolanos, sujetos al
modo de subsistencia de la depredación, difícilmente
pasaron, por consiguiente, de unas 30.000 personas,
ubicados principalmente en el litoral Caribe y en las
cercanías de los grandes ríos. Obsérvese que la
población estimada del actual territorio de Francia
era apenas de unos 50.000 h alrededor del año 10000
antes de nuestra era.
Las características demográficas que introdujo el
surgimiento de la agricultura no son radicalmente
diferentes de las ya señaladas, puesto que los
cambios tecnoeconómicos que este modo de producción
generó fueron, en verdad, muy modestos. Por ello no
puede decirse que esta actividad dio origen a una «revolución
demográfica» cuando apareció en Venezuela a
mediados del período 3000 a 1600 a. C. Claro está
que la formación de aldeas de cierta estabilidad que
inauguró la limitada vida agrícola, propició algún
aumento de la fecundidad, ya que el mundo errante de
la familia fue sustituido por el de un hogar más
laborioso. La mortalidad, incluso, debió suavizar sus
acciones ante una producción de alimentos algo menos
insegura y el fortalecimiento de hábitos sociales que
protegían mejor a los más débiles del grupo. Pero
como todo el contexto tecnoeconómico siguió siendo
muy deficiente, los hechos demográficos no lograron
entonces estrenar pautas nuevas. En general, la
reducción rápida de las generaciones continuó
actuando como ley inexorable de la mortalidad y con
respecto a la fecundidad, permaneció vigente la pauta
del espaciamiento involuntario de los nacimientos.
Ambas elaboraciones teóricas se confirman empíricamente
con los testimonios de algunos conquistadores y de
casi todos los cronistas de Indias, de los cuales se
desprende que los aborígenes productores se reproducían
abundantemente y morían con gran frecuencia; así, al
referirse a los indígenas del Orinoco, el misionero
italiano Felipe Salvador Gilij, quien vivió en esa
comarca a mediados del siglo XVIII, reconocía que «...los
orinoquenses son fecundísimos, y si estuvieran en país
de mejor clima, podrían poblarlo en pocos años...»
La mayoría de las declaraciones sobre el tema dejan
ver, asimismo, que estos habitantes estuvieron siempre
sometidos a la mortalidad llamada catastrófica, cuyos
componentes epidémico y bélico destacan muy bien no
pocos cronistas.
Con aquellos modelos de fecundidad y mortalidad, la
población de Venezuela que encontraron los españoles
en 1498 no podía crecer a un ritmo rápido. Si bien
los valores de ese ritmo quedarán siempre en la
sombra de las imprecisiones, se sabe, no obstante, que
la actividad agrícola y la vida sedentaria colocaron
a esos pobladores en una situación algo mejor para su
incremento que la que tuvieron los grupos
depredadores. Esa mejor oportunidad se expresó en el
hecho de que en la combinación de períodos de
crecimiento negativo y positivo, predominaron los últimos
con una ventaja mayor que la que se observaba entre
los indígenas que subsistían por la depredación.
Por tal razón, cuando los conquistadores llegaron al
territorio venezolano hallaron zonas relativamente
bastante pobladas. Posiblemente, la población
aborigen ya había superado para ese momento 200.000
mil h y podría aceptarse que hacia 1500, según J.H.
Steward y Ángel Rosenblat, había en el país unos
350.000 indígenas, pero sin olvidar que se trata de
simples conjeturas. La mayor parte de esa carga demográfica
se concentraba, como siempre lo destacaron
conquistadores y cronistas, en el arco costero-montañoso
que va desde Paria hasta San Antonio del Táchira, y
en las áreas ribereñas del Orinoco y sus principales
afluentes. La fase alógena del desarrollo demográfico
de Venezuela, que se extiende desde 1498 hasta el
presente, es tan breve que sólo representa el 3% del
largo proceso de formación de los pobladores del país.
Sin embargo, este breve lapso es el de mayor
significación porque en él se estructuran los rasgos
esenciales de la población venezolana actual, como
son los que se encuentran definidos por una gran
variedad biológica y una manifiesta diversidad
cultural. Desde el punto de vista estrictamente demográfico,
aparecen en esta fase comportamientos que dan origen a
una dinámica de la población completamente nueva. La
presencia inicial de los españoles y la incorporación
posterior de otros europeos y de los grupos africanos,
marcaron el surgimiento y la profundización de la
formación demográfica alógena del país. Esta fase,
de casi 5 siglos, registra diversos períodos demográficos
que se formaron por las modalidades del contacto entre
indígenas, blancos y negros, y por las características
de los modos de producción observados hasta ahora.
Tales períodos son los de: 1) Disminución; 2)
crecimiento muy lento; 3) expansión lenta, y 4)
expansión rápida.
Con el inicio de la conquista se abre el período de
disminución demográfica de Venezuela que se va a
prolongar hasta el comienzo del siglo XVII. El siglo
XVI, de confrontación entre europeos y aborígenes,
se tradujo en una reducción del número de estos últimos
por causas inmediatas y mediatas. Las primeras
incluyen las pérdidas por la guerra de conquista, la
esclavitud y las nuevas enfermedades. Las segundas
provienen de la interrupción de las pautas de
fecundidad por la alteración del funcionamiento de
las familias y las comunidades indígenas. Esa
interrupción debió significar un desgaste continuo
de la procreación efectiva de dichas comunidades. La
merma de la población aborigen no fue compensada por
las entradas de europeos y africanos, ya que unos y
otros, además de ser muy poco numerosos, estuvieron
también sometidos en el siglo XVI a pérdidas
violentas. El aporte demográfico español, que en
esta centuria no llegó a 5.000 personas, se vio
reducido a cifras insignificantes por la acción de
los indios y la indefensión tecnocientífica ante las
nuevas condiciones ambientales. Es así como
desaparecen sin tener casi ninguna repercusión demográfica,
las expediciones de Pedro Maraver de Silva y Diego
Fernández de Serpa, quienes habían venido en 1569
con más de 600 personas cada uno. La población
africana, por el propio origen compulsivo de su
traslado y por las vicisitudes de su esclavitud,
tampoco compensó el hundimiento demográfico de los
indígenas. Su número en el siglo XVI al entrar al país,
que se calcula en más de 13.000, fue mayor que el de
los españoles, pero su desgaste fue aún más veloz.
El trato brutal que recibieron de sus amos, la
imposibilidad de establecer relaciones familiares sólidas,
ocasionaron en la población esclava un predominio de
la mortalidad. Como una reacción ante esos hechos,
los esclavos se alzaban o huían a las montañas y
bosques, por donde vagaban como negros cimarrones.
Grupos de éstos formaron más tarde los llamados
cumbes, que eran comunidades de negros de cierta
estabilidad, donde lograron desarrollar
comportamientos demográficos más regulares que los
que tenían como esclavos sometidos.
Las poblaciones de indios, blancos y negros vivieron
en el siglo XVI en un marco de violencia y azar, de
ajustes y desajustes, que cualquier pauta que intente
captar su evolución será siempre insuficiente. Estos
3 núcleos, en realidad, se comportaron como
semipoblaciones, en las que la escasez de mujeres en
algunas, la falta de hombres en otras, impedían el
desarrollo normal de los hechos demográficos. Con
todo, se puede afirmar que las circunstancias señaladas
determinaron una reducción muy rápida de las
generaciones y una fecundidad restringida. Por ello si
el siglo XVI comenzó en Venezuela con una población
de 350.000 indígenas, al finalizar dicha centuria
apenas quedarían unos 240.000 h, con la incorporación
de europeos y africanos. Eso explica que los 30
pueblos y villas que existían al despuntar el siglo
siguiente, casi todos situados en la zona
costero-montañosa, eran simples rancherías de muy
pocas personas. Caracas, que fungía de capital de la
provincia más poblada, sólo llegaba a 2.000 almas en
1580. La debilidad demográfica del siglo XVI significó,
sin embargo, el acondicionamiento de una serie de
factores que operarían después con mejores
resultados.
La moderación o desaparición de las causas que
generaban los conflictos, convierte el siglo XVII en
un período de crecimiento demográfico muy lento.
Diversos aspectos, que se manifestaban ya desde
finales de la centuria anterior, colocaron la
mortalidad por debajo de la natalidad, aunque en
umbrales todavía muy frágiles. Fue acaso el más
importante de ellos la estructuración de una red de
pequeños centros poblados que permitieron el libre
juego de las fuerzas demográficas en condiciones
menos azarosas. Habían surgido entre 1600 y 1700 unos
120 pueblos y villas que, además de ser reflejo de la
intención pobladora de los españoles, constituyeron
la base de un modelo de ocupación del espacio capaz
de hacer menos fortuito el desarrollo de la población
venezolana. La consolidación del régimen de la
encomienda, asociada al afianzamiento de los centros
poblados, fue otro factor importante de la tenue
recuperación demográfica del siglo XVII. No se trata
de absolver dicho régimen de los maltratos y abusos
que frecuentemente padecieron los indios, sino de
reconocer que el marco de relaciones de trabajo que
introdujo la encomienda contuvo, como ha escrito el
historiador Eduardo Arcila Farías, «...la rápida
destrucción y dispersión sufrida por la población
indígena durante la primera mitad del siglo XVI...»,
e incluso, hay que añadir, durante la segunda mitad.
La encomienda, además, sirvió de instrumento para
desarrollar, aunque en condiciones todavía no muy
tolerables, la población mestiza, que a la larga es
la que salva demográficamente a Venezuela. Débese
agregar aun que la evolución oculta de las
cimarroneras de indios y negros, se hizo en el siglo
XVII menos aleatoria, ya que los cumbes de los negros
y las apartadas rancherías de los indios debieron
atraer menos la atención de los blancos, quienes
estaban más preocupados por obtener mayores rentas de
sus encomiendas. Es casi seguro que de esos pobladores
clandestinos brotó el poblamiento inconexo que,
durante largas décadas, se mantuvo en bosques y montañas,
sin contacto sistemático con los pueblos y ciudades
que habían sido fundados según ciertas normas. En
todo el siglo XVII la población tendió, en síntesis,
a borrar los desequilibrios creados en la centuria
anterior. La fecundidad reflejó las características
de una sociedad cuya forma de producir, al menos en la
parte no oculta de sus integrantes, descansaba sobre
una mano de obra sujeta a la esclavitud y la
servidumbre. Las actividades agrícolas en este
contexto social impusieron pautas de procreación
todavía caracterizadas por el espaciamiento
involuntario de los nacimientos. Esta norma actuaba
con mayor desenvoltura entre la llamada «gente
inferior» (indios, negros y todos los tipos de
mestizos), por su propia posición en el proceso
social de la producción. La comparación con
sociedades subdesarrolladas actuales que se hallan en
situaciones parecidas deja ver que la natalidad de
Venezuela en este período de crecimiento muy lento,
se colocó entre 40 y 45 por 1.000. Es difícil
suponer que la natalidad registrara tasas inferiores a
las señaladas, pues la población no hubiese podido
crecer, debido a los elevados valores de la mortalidad
que fueron también típicos del siglo XVII. La pauta
de la reducción rápida de las generaciones siguió
actuando, sobre todo a través de la mortalidad
catastrófica. Llegaron a ser particularmente mortíferas
en esta etapa, la peste y la viruela. Los niveles de
la tasa de mortalidad tuvieron que estar, entonces,
por encima de 30 por 1.000 y en no pocos casos por
sobre 40, los cuales se han observado también en las
poblaciones europeas sometidas al ciclo antiguo o
catastrófico de la acción de la muerte. De la
confrontación de las tasas de natalidad citadas se
desprendió un crecimiento natural muy lento, cuya
tasa anual media giró alrededor de 0,5%. Con tal dinámica,
la población venezolana en 1700 logró subir a unos
370.000 h, de los cuales, si se atiende a la ubicación
de los pueblos y ciudades que hasta entonces se habían
fundado, más del 70% se concentraba en el arco montañoso-costero.
Desde los comienzos del siglo XVIII hasta 1920
aproximadamente, la población de Venezuela evoluciona
en un período de expansión lenta, en el que no pudo
todavía superar los obstáculos a un crecimiento más
ajustado a las dimensiones de su territorio y sus
recursos. No obstante, la diferencia de esta nueva
etapa con las anteriores es muy marcada, porque aquí
se consolidaron los rasgos que garantizaron la
recuperación demográfica del país. Hay que citar
entre éstos, cierto progreso agrícola, pues, según
escribió Andrés Bello, en el siglo XVIII en
Venezuela «...empezó a salir de la infancia su
agricultura...», gracias al estímulo que significó
la acción de la Compañía Guipuzcoana. Los cultivos
que, como el cacao, el tabaco y el algodón, existían
desde largo tiempo, prosperaron enormemente, al mismo
tiempo que los que fueron introducidos después de
1700, como el añil y el café, se convirtieron en
fuentes seguras de ingresos. El auge de estas
actividades propició el desarrollo de un poblamiento
estable que estimuló el acrecentamiento de la
fecundidad de los habitantes. Hubo una proliferación
de pueblos y ciudades, ya que fueron fundados más de
240 entre 1700 y 1800, lo que implica casi la
duplicación de los que se erigieron en los siglos XVI
y XVII. Otro rasgo de este período, de gran
significación demográfica, fue el perfil definitivo
que alcanzó un amplio sector de los venezolanos, que
venía estructurándose en un dilatado proceso de
mixigenación y en una lucha constante por zafarse de
la esclavitud en que se hallaba la mayoría de ellos.
La crisis del régimen esclavista en el siglo XVIII,
reforzó aquel proceso, y por eso Alejandro de
Humboldt, cuando comenzaba la centuria siguiente,
encontró en los valles de Aragua caseríos donde «...son
casi todos mulatos, zambos y negros libres...» Las
principales ciudades y numerosos pueblos del país se
convirtieron en hervideros de pardos libres, cuya
pauta de fecundidad estuvo regida por el espaciamiento
natural de los nacimientos, lo cual bastaría para
aceptar que las tasas de natalidad de Venezuela después
de 1700 giraron alrededor de 45 por 1.000. Aquellas
circunstancias crearon también perspectivas para
disminuir la mortalidad, aunque las repercusiones en
este aspecto no fueron muy relevantes. La mortalidad
continuó con valores que oscilaban entre 30 y 40 por
1.000, debido al escaso desarrollo tecnocientífico, a
las grandes desigualdades socioeconómicas, a las
elevadas pérdidas humanas que impusieron las
epidemias, las guerras y fenómenos telúricos que,
como el terremoto de 1812, prolongaron sus efectos
demográficos negativos. La esperanza de vida de los
venezolanos en aquellos 2 siglos no subió siquiera a
los 35 años de edad, y la pauta de mortalidad que
siguió vigente fue la de la reducción rápida de las
generaciones.
De 1700 a 1920, según los hechos mencionados, las
tasas anuales de crecimiento natural se movieron entre
0,5 y 1,5%. El número de habitantes de Venezuela en
1800 no debió pasar de los 780.000 que señalaba
Humboldt, y estaría en 2.400.000 para 1900, de
acuerdo con la tendencia que mostraron los 3 censos
nacionales realizados en los últimos 30 años del
siglo XIX. El arco costero-montañoso siguió
concentrando la mayoría de esa población, pues en
esa zona permanecían ubicadas las actividades agrícolas
fundamentales del país. Allí también se situaban
las principales ciudades, las cuales absorbían casi
toda la población urbana, que era de tan poca monta
que en 1881 sólo representaba el 14,4% del total de
habitantes. Caracas, a la que el obispo Mariano Martí
en 1771 le asignaba 18.669 almas, en 1920 tenía ya
118.312 en los límites del área metropolitana
actual. A partir de 1920, comenzó en el país un período
de expansión demográfica rápida, debido
fundamentalmente a la incrustación de la actividad
petrolera en la Venezuela agraria y atrasada de
entonces. Se caracterizó la nueva evolución por el
descenso progresivo de la tasa de mortalidad y por la
persistencia de la natalidad de tasas elevadas. El
desarrollo de la población venezolana se identifica,
por tanto, en este período al menos hasta 1960, con
el de las poblaciones cuasi estables. El cambio de la
mortalidad hacia niveles mucho más bajos se explica
por los efectos inmediatos que tuvo la creación,
gracias a los recursos financieros derivados del petróleo,
de una moderna infraestructura médico-sanitaria que
cubrió casi todo el territorio. Esos recursos
permitieron también modificaciones en la estructura
del empleo que determinaron la concentración de los
habitantes en las ciudades. Este hecho facilitó la
acción médico-sanitaria, pues era ella de difícil
realización en la población dispersa del campo. Agrégase
a todo esto el surgimiento de una infraestructura vial
de cierta eficiencia y la adopción de reformas
sociales que han contribuido a proteger la salud de
amplios sectores populares. Estos acontecimientos
eliminan del país el paludismo, la viruela, las
pestes, como causas de muerte, y reducen a niveles mínimos
la mortalidad por tuberculosis, sífilis, bilharzia,
sarampión, etc. Aquella evolución se hizo posible sólo
a partir de 1945, con la introducción del DDT en la
lucha antimalárica y con la utilización masiva de
los antibióticos contra las enfermedades
infectocontagiosas. Las tasas de mortalidad variaron
en la forma siguiente:
-----------------------------------
Mortalidad
Año (por mil habitantes)
------------------------------------
1920 27,7
1935 23,6
1945 20,7
1955 12,1
1965 7,9
1980 5,8
1990 4,7
------------------------------------
Venezuela salía, así, del campo de la mortalidad
catastrófica e incluso, de la llamada ordinaria, para
entrar aparentemente a un ciclo moderno, en el que no
van a predominar como causas de muerte las
enfermedades infectocontagiosas. Esta manifestación
hay que tomarla con prudencia, puesto que la
mortalidad de jóvenes en el país es aún importante,
lo cual no es típico de aquel ciclo. La tasa de
mortalidad infantil, por ejemplo, era en Venezuela
para 1979 de 33,1 por 1.000 nacimientos vivos,
mientras que en países como Suecia y Japón, cuyo
ciclo de mortalidad es el moderno, esa tasa no pasaba
de 8 por 1.000. Deficiencias económico-sociales que
padece la población venezolana hacen que ella viva en
un ciclo de mortalidad muy peculiar, donde las causas
epidémicas y endémicas de muerte se combinan en
forma atenuada con las causas típicas de sociedades más
avanzadas. La ley que hoy define la mortalidad ya no
es, sin embargo, la que antes se había observado, y
se puede afirmar que la población de Venezuela está
entrando en la pauta de la reducción lenta de las
generaciones. La esperanza de vida al nacer de 68 años
en 1979 confirma tal orientación. La natalidad
permaneció con valores muy altos por la ausencia casi
absoluta durante las 4 décadas que siguieron a 1920,
de cambios fundamentales en la estructura productiva
del país, capaces de modificar las características
sociales del trabajo, la participación de la mujer en
la producción colectiva, el funcionamiento
tradicional del hogar, las relaciones de aprendizaje y
otros aspectos que inciden en el comportamiento de las
personas ante la procreación. Después de 1960, la
natalidad muestra cierto descenso, debido a la
estrategia de desarrollo basada en la sustitución de
importaciones y al enorme crecimiento de las
actividades terciarias. El resultado final fue que
para 1960 más del 83% de la fuerza de trabajo se
concentraba en los empleos de los sectores terciario y
secundario. Este tipo de conformación de la mano de
obra ha impulsado el surgimiento en Venezuela de
aquellos aspectos que, como los señalados, hacen
variar la fecundidad. Por ello las tasas de natalidad
se presentan en las últimas 6 décadas en esta forma:
--------------------------------------
Natalidad
Año (por mil habitantes)
--------------------------------------
1920 40,5
1935 42,8
1955 47,0
1960 45,9
1970 38,0
1980 34,3
1990 29,9
--------------------------------------
La pauta que ha seguido rigiendo el comportamiento de
los venezolanos con respecto a la fecundidad, es la
del espaciamiento involuntario de los nacimientos. Se
presentan ya indicios de que esta conducta social ha
comenzado a evolucionar. El hecho de que en 1970 una
mujer dejaba 6 hijos al salir de su vida fecunda,
mientras que para 1980 sólo dejó 4, es una buena
muestra para pensar que si se profundizan los cambios
descritos anteriormente, la ley que regirá dentro de
pocos años la fecundidad de los venezolanos será la
del espaciamiento voluntario de los nacimientos. El
crecimiento natural de la población después de 1920,
con los valores de natalidad y mortalidad citados, se
aceleró en forma vertiginosa, hasta alcanzar tasas
superiores a 3,5% anual después de 1955, lo que ha
sido considerado como una verdadera «explosión
demográfica» por sus repercusiones económicas y
sociales. Si se toma en cuenta, además, que después
de 1948 el país ha recibido el aporte de una
inmigración de cierta importancia cuantitativa, tanto
europea como latinoamericana, hay que admitir que las
tasas de crecimiento anual medio de la población se
han situado después de 1950 alrededor de 4%. Con el
tipo de crecimiento mencionado, la población de
Venezuela, colocada el primero de enero de cada año,
desde 1920 ha debido variar como sigue:
--------------------------------
Año Población
--------------------------------
1920 2.720.000
1930 3.064.000
1940 3.809.000
1950 5.119.000
1960 7.557.000
1970 10.586.000
1980 14.933.000
1985 17.144.000
1990 19.095.000
---------------------------------
Las características morfológicas fundamentales de la
población han estado estrechamente unidas a la
acelerada dinámica demográfica del país, sobre todo
las que se refieren a las estructuras por edad,
ocupacional y geográfica. Con respecto a la edad, se
sabe que las poblaciones con elevada natalidad
muestran un predominio de los jóvenes (0-19 años)
sobre los adultos (20-59 años) y los viejos (60 y más
años). Esto se ha comprobado en Venezuela desde que
existen datos de cierta precisión, como se aprecia en
las siguientes proporciones de jóvenes, adultos y
viejos por 100 h:
---------------------------------------------------
Año Jóvenes Adultos Viejos
---------------------------------------------------
1926 48,6 47,0 4,4
1936 50,8 44,8 4,4
1950 51,8 43,7 4,5
1971 56,4 38,9 4,7
1981 51,8 43,2 5,1
1990 47,9 46,0 6,1
--------------------------------------------------
El marcado dominio de los jóvenes ha entrado ya en
una fase de disminución, por el descenso de la
fecundidad señalado. Se estima que para el año 2000
de cada 100 habitantes, 44 serán jóvenes, 49 adultos
y 7 viejos. La abultada proporción de jóvenes ha
repercutido, entre otros aspectos, en las tasas de
actividad porque éstas son muy bajas donde predomina
la población menor de 20 años y donde, además, las
mujeres tienen, como en Venezuela, una escasa
participación en la producción social. Por eso en
1980, sólo 33 venezolanos de cada 100 pertenecían a
la población económicamente activa, mientras que en
los países industrializados esa proporción gira
alrededor de 45%. La estructura geográfica en el período
de expansión rápida de la población experimentó un
cambio radical, debido a que los grandes recursos
financieros derivados del valor retornado del petróleo,
se han concentrado en las ciudades, sobre todo a través
del gasto corriente. Aquel cambio se observa en las
siguientes proporciones de población urbana, por cada
100 h:
--------------------------------------------
Porcentaje
Año de población urbana
--------------------------------------------
1936 28,9
1950 47,9
1961 62,5
1971 73,1
1981 80,3
1990 84,1
--------------------------------------------
Ese proceso de urbanización ha estimulado el
desarrollo de grandes concentraciones urbanas, de tal
manera que en 1971 había 16 ciudades con más de
100.000 h, mientras que no existía ninguna en 1920,
excepto tal vez Caracas. Esta ha sido la que ha
logrado ensanchar más su magnitud hasta alcanzar en
1971 en los límites del área metropolitana,
2.183.935 h que representaban el 20,4% de la población
total del país. Las áreas metropolitanas de
Maracaibo, Valencia, Barquisimeto y Maracay seguían
en importancia cuantitativa a la de Caracas. Como era
de esperarse, la gran mayoría de las ciudades se
encuentran en la zona costero-montañosa, pues allí
sigue ubicada casi toda la carga demográfica del
territorio nacional. Venezuela ha continuado, en
verdad, según la distribución espacial de la población,
dividida en 3 grandes áreas que serían: 1) El área
de dominio demográfico (estados Carabobo, Falcón,
Lara, Mérida, Miranda, Nueva Esparta, Sucre, Táchira,
Trujillo, Yaracuy, Zulia, norte de Anzoátegui, norte
de Monagas y el Distrito Federal); 2) el área de
concentración demográfica secundaria (estados
Barinas, Cojedes, Guárico, Portuguesa y resto de Anzoátegui
y Monagas), y 3) el área de vacío demográfico
(estados Amazonas, Apure, Bolívar y Delta Amacuro).
Para 1990 esas 3 áreas se repartían el territorio y
la población de la siguiente manera:
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Porcentaje Porcentaje
Áreas del territorio de la población
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Dominio demográfico 20,7 81,43
Concentración
demográfica secundaria 21,1 12,73
Vacío demográfico 58,2 5,84
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Puede afirmarse, en líneas generales, que en la
evolución de la dinámica y la morfología de la
población venezolana, sólo en los últimos 50 años
de los transcurridos en este siglo han surgido
comportamientos demográficos diferentes a los que se
habían observado en las centurias pasadas. Parece,
incluso, que actualmente se están inaugurando
tendencias que habrán de plantear las realidades
demográficas del país en otras perspectivas
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